Recientemente, un amigo mío, que tiene un fuerte deseo de hacer una diferencia en el mundo y está profundamente interesado en el futuro político de la sociedad, me hizo una pregunta que sonaba a la vez paradójica y provocadora: “¿Cómo se puede poner la corrupción al servicio del Estado?”. A primera vista, la idea de utilizar la corrupción como herramienta en beneficio del Estado parece controvertida, pero plantea una pregunta importante sobre la naturaleza de la gobernanza y los enfoques para lograr el bien público en las sociedades modernas.
Sin embargo, estas reflexiones me llevaron a otra idea, más interesante aún: la de que el mejor camino para construir una sociedad próspera para todos es integrar el crecimiento económico y la protección del medio ambiente como objetivos iguales , y dejar estas tareas en manos de tecnologías que surgirán muy pronto. Estoy convencido de que sólo la inteligencia artificial general (IAG) podrá gestionar de forma fiable y eficaz la consecución de estos dos objetivos esenciales en el futuro.
Pero empecemos por la corrupción, uno de los problemas más arraigados en diversos países. La corrupción se puede encontrar tanto en sistemas democráticos como autoritarios, en naciones con altos y bajos niveles de desarrollo. Funciona como una estructura de poder paralela, donde los intereses personales sustituyen a los públicos y distorsionan los principios democráticos.
Transparencia Internacional, que publica la
Cabe señalar que en la historia se han producido intentos de corrupción “controlada”, en los que en lugar de erradicarla por completo, las autoridades intentaron minimizar sus efectos nocivos. Por ejemplo, en algunos regímenes autoritarios, se tolera la corrupción como una forma de mantener la lealtad de la élite y la estabilidad del sistema. Michael Johnston, en su libro
En resumen, la corrupción no puede convertirse en algo beneficioso, ya que la idea de corrupción "útil" enfrenta varios problemas fundamentales:
Contradicciones éticas. Legalizar la corrupción o utilizarla con fines estatales socava los principios de justicia e igualdad. Un sistema de este tipo se vuelve vulnerable y pierde legitimidad.
Ineficiencia económica. La corrupción conduce al despilfarro de recursos y reduce la eficacia de la gestión gubernamental.
Desigualdad social . La corrupción profundiza las divisiones sociales, ya que los recursos destinados a mejorar la vida de todos los ciudadanos se redirigen para beneficiar a un grupo reducido de individuos.
Un aspecto interesante de nuestra discusión es que el modelo económico ideal para la humanidad debería combinar el desarrollo económico sostenible con la protección del medio ambiente. Las Naciones Unidas, a través de sus Objetivos de Desarrollo Sostenible (
Por tanto, un aspecto crucial aquí es la integración del crecimiento económico con los objetivos medioambientales, que los científicos e investigadores modernos ya consideran el único camino hacia el bienestar a largo plazo. El economista Jeffrey D. Sachs, en su libro
Pero ¿qué tienen que ver con esto la IAG, la tecnocracia y la revolución tecnológica que se avecina? A la luz de las conclusiones anteriores sobre la corrupción y los desafíos del desarrollo sostenible, resulta evidente que los modelos de gestión tradicionales, basados en decisiones humanas, a menudo no son capaces de abordar eficazmente los problemas del crecimiento sostenible. Lamentablemente, las personas por sí solas no pueden ayudar plenamente a la gente. Las tecnologías modernas, especialmente la inteligencia artificial, tienen el potencial de ofrecer soluciones más flexibles y precisas.
Sostengo que la IAG será capaz de gestionar la economía logrando un equilibrio entre el crecimiento económico y la sostenibilidad ambiental. En el libro
Para mí, esto significa que la IAG podría asignar eficazmente recursos en el futuro para servir al bien público, teniendo en cuenta tanto las necesidades actuales como las de largo plazo de la sociedad y del medio ambiente de nuestro planeta. Creo que el desarrollo de la IAG allanará el camino hacia un modelo tecnocrático de gobernanza, en el que la economía se convierta no sólo en una herramienta para el crecimiento, sino en un sistema centrado en la creación de condiciones para la felicidad y el bienestar de la sociedad.
En conclusión, creo que el mejor camino para la humanidad no consiste en intentar adaptar la corrupción a las necesidades del Estado, sino en la búsqueda de un desarrollo sostenible basado en tecnologías avanzadas. La corrupción, incluso cuando está “bajo control”, socava la confianza en las instituciones, frena el progreso y profundiza la desigualdad. En lugar de buscar una corrupción “útil”, la humanidad debería centrarse en tecnologías que puedan generar crecimiento económico a largo plazo y, al mismo tiempo, promover la protección del medio ambiente, aspectos clave de los que depende el bienestar de las generaciones futuras.
El desarrollo de la inteligencia artificial general (IAG) podría ser el punto de partida de este avance. La IAG tiene el potencial de aportar un nuevo nivel de eficiencia y transparencia a la gobernanza, en el que dejarían de existir problemas tradicionales como la corrupción, ya que todos los procesos se centrarían en el bien público. Además, la IAG podría convertirse en una herramienta para equilibrar el desarrollo económico con la preservación de los recursos naturales. En un mundo en el que la gestión sostenible es esencial para la posibilidad misma de la vida en el planeta, un modelo de este tipo podría ser una solución y un salvavidas para las generaciones futuras.
Ante desafíos globales como el cambio climático y el agotamiento de los recursos naturales, es evidente que sólo la alineación de los objetivos económicos y ambientales creará un futuro armonioso. El desarrollo sostenible, gestionado por la IAG, tiene el potencial de garantizar una estabilidad a largo plazo en la que se preserven tanto el bienestar público como el medio ambiente para el beneficio de las generaciones futuras. Así, la IAG podría ofrecer a la humanidad un paradigma de gobernanza completamente nuevo, en el que la corrupción se vuelva obsoleta y el crecimiento económico constante junto con la gestión ambiental formen la base sólida para la felicidad y la prosperidad de la sociedad en su conjunto.