En mi reflexión anterior sobre las relaciones auténticas y la autoestima, exploré el delicado equilibrio entre el cuidado de los demás y el mantenimiento de nuestro sentido de identidad. Hoy debo abordar un aspecto crucial de este equilibrio que los acontecimientos recientes han puesto claramente de relieve: la absoluta necesidad de autoprotección en un mundo en el que existe la malevolencia.
Ayer, mientras conducía de regreso a casa con mi familia, nos topamos con un duro recordatorio de esta realidad. Un conductor agresivo se cruzó en nuestro camino de manera imprudente en una intersección, mostrando un total desprecio por nuestra seguridad. Lo que siguió –su actitud acosadora y su absoluta falta de preocupación– sirvió como una poderosa metáfora de una verdad más profunda: el mal no existe como una creación divina, sino como lo señaló Einstein, como una construcción humana nacida de la ausencia de amor.
Como judío de tercera generación cuyo bisabuelo murió en el Holocausto, tengo en mi interior la profunda convicción de que poner la otra mejilla no siempre es la respuesta. La historia nos ha enseñado, a través de los ejemplos más devastadores, que hay momentos en que mantenerse firme no es sólo una opción, sino un imperativo moral.
No se trata de un llamado a abandonar la compasión ni a abrazar el cinismo, sino de un llamado a despertar para adoptar una forma más completa de sabiduría: una que reconozca tanto el potencial de la bondad humana como la realidad de la malevolencia humana. La verdadera fortaleza reside en mantener esta doble conciencia: estar abierto a la conexión y, al mismo tiempo, permanecer vigilante y capaz de defenderse.
A mis hijos y a todos los que lean esto les digo: cultiven la compasión y la fortaleza. Aprendan a protegerse, no sólo físicamente, sino también emocional y espiritualmente. Desarrollen las habilidades, la conciencia y la determinación para mantenerse firmes cuando se enfrenten a quienes los lastimarían a ustedes o a sus seres queridos. No se trata de fomentar la agresión, sino de desarrollar la capacidad para resistirla de manera efectiva.
El camino del desarrollo personal debe incluir este elemento crucial de la autodefensa. Nuestro viaje por la vida requiere que desarrollemos una aguda conciencia situacional, que respetemos nuestros instintos cuando nos advierten de un peligro. Debemos desarrollar resiliencia física y emocional, entendiendo que nuestros límites no tienen que ver únicamente con el respeto por nosotros mismos, sino también con la supervivencia. En este mundo de desafíos cada vez más complejos, debemos reconocer que, a veces, mantenernos firmes frente a la agresión es la opción más ética que podemos tomar.
Mientras navegamos por este mundo complejo, recordemos que la fuerza y la compasión no son fuerzas opuestas, sino aspectos complementarios de un ser humano completo. Las mismas manos que pueden ofrecer ayuda a los demás también deben ser capaces de proteger lo que apreciamos. El mismo corazón que se abre a la conexión auténtica también debe ser lo suficientemente sabio para reconocer y resistir a quienes quieran explotar esa apertura.
La sabiduría está en encontrar el equilibrio: no ser ni ingenuo ni paranoico, ni débil ni cruel. Se trata de desarrollar el discernimiento para saber cuándo mostrar compasión y cuándo mantenernos firmes, cuándo abrir nuestro corazón y cuándo alzar nuestros escudos.
Para aquellos que han sufrido a manos de otros, que han enfrentado acoso, agresión o algo peor: su instinto de protegerse no solo es válido, sino que es vital. Hónrenlo. Desarrollenlo. Nunca se disculpen por ello.
A medida que avanzamos en este viaje de crecimiento y autodescubrimiento, adoptemos una comprensión más completa del desarrollo personal, que reconozca tanto la belleza como los peligros de nuestro mundo. Formémonos como personas capaces de amar profundamente y defender con fiereza, capaces de mostrar compasión manteniendo límites firmes, capaces de esperar lo mejor mientras se preparan para lo peor.
Porque en este equilibrio reside la verdadera sabiduría, la verdadera fuerza y la verdadera supervivencia.
El camino continúa, pero lo recorremos con los ojos bien abiertos...